WhatsApp acabará con todas las relaciones sexuales


 


Pongamos que conoces a Paqui en los 80.
Paqui estudia enfermería en la Complutense, vive con sus padres y se ríe tapándose los dientes con la mano. La has oteado en un bar de Malasaña y te has acercado a ella. Le preguntas si estudia o trabaja. Así es como te enteras de que estudia enfermería en la Complutense. Os enrolláis, te gusta, le pides el teléfono, y como también le gustas, te lo da. Paqui deja de salir de casa durante un par de días (pero solo un par, que aún no se ha emitido 'Sexo en Nueva York' y no tienes ni idea de estrategia) porque se queda a esperar a que la llames a casa de sus padres. Quedáis a tomar un helado y a pasear por El Retiro. Os casáis. Sois moderadamente felices.

Pongamos que conoces a Laura a mediados de los 90.

Estáis en un bar del centro y ella toma Licor 43 con cola con sus amigas de la ofi. Tú eres un abogado JASP y por eso has venido en tu Clio. Le sueltas dos paridas del último capítulo de 'Friends' que los dos habéis visto. Tenéis sexo casual en la no tan amplia trasera de tu Clio JASP. Os gustáis. Os intercambiáis los móviles. Ella sigue saliendo y acostándose aleatoria y casualmente con otros chicos hasta que recibe tu mensaje a las dos semanas (porque has visto 'Sexo en Nueva York' y sabes que has de hacerte de rogar). No se ha quedado en casa porque con el móvil está localizada. Yacéis un par de veces más y veis que la cosa funciona. Os casáis. Sois moderadamente felices a pesar de que ella se acostó con otros desde que te conoció. Solo te enteras de esto en tu lecho de muerte. La maldices, pero pronto se le pasa.



Pongamos que conoces a Vane en 2008 en la terraza de un céntrico hotel madrileño.

Es una agradable noche de verano. Ella es community manager y tú trabajas en recursos humanos de una empresa random. "Esto de Internet es el futuro", acordáis. El "en tu casa o en la mía" os acaba llevando a la suya. Por la mañana te marchas con prisas antes de pedirle el teléfono porque va a ir el fontanero a casa y te da palo despertarla. Os habéis gustado, así que la buscas por Facebook y aparece a la llamada de vane1981@hotmail.com. La Vane que agregas no es con la que dormiste, pero después de dos meses de chat os dais cuenta de que sois el uno para el otro. Os casáis y cada aniversario veis 'La red social' de Fincher con vino y velas. Sois moderadamente felices hasta que la otra Vane te localiza por Facebook un día diciéndote que si le hubieras pedido el teléfono os podría haber ido muy bien.

Pongamos que conoces a Marta el fin de semana pasado.

Le dices un par de coñas marineras sobre ‘Alaska y Mario’ y ella, jovial, te pregunta si tienes WhatsApp. "Claro, soy un chico iPhone", sonríes. "Oh, vaya, qué teléfono tan bonito", dice ella sacando idéntico dispositivo, aunque una edición atrasado, carencia que le parece vintage y que aún así suple con su carcasa rosa. Os enrolláis como han hecho tus anteriores alter egos en esta teoría de cuerdas optimista en la que parece que ganas siempre. Parece porque ahora la cosa cambia. Porque el WhatsApp solo te traerá dolor, muerte y destrucción.

Me explico:

Con las cartas postales, los cables de telégrafo, las llamadas telefónicas, maldita sea, hasta con los emails, se sigue procreando. Si no, ni tú que lees, ni yo que escribo esto estaríamos efectuando la transacción cultural rara que nos ocupa ahora mismo. No puedo poner en tela de juicio sociológico vías mensajeras posibilitadoras que nos han mantenido en contacto (y en ‘contacto’) a los humanos hasta ahora. Pero lo del WhatsApp sí, lo del WhatsApp acaba de comenzar y no tiene por qué darse bien. Ya solo los albores prometen que va a ser una herramienta del demonio, con la gratuidad de una llamada telefónica asociada a tarifa plana y la esclavitud propia de largas tardes concentrado frente a un teléfono de rueda al que invocas mentalmente hasta que su horrible ring -ahora vintage también- anuncia que ella por fin quiere hablar contigo. Que piensa en ti.

El WhatsApp, decía, lo carga el diablo porque desde su entrada en juego todo puede ser más inmediato, al modo de un chat de ordenador, pero también mucho más asombrosamente cruel.

Propongo varios escenarios desfavorables en lo que a cortejo móvil se refiere:

1. Cómo dejar de hablar. Siempre has de inventarte algo turbio. Como "tengo algo en el fuego" (y no sabes cocinar), "tengo que salir a comprar el pan" (y son las 3 de la mañana), "me voy a acostar, que estoy molido" (y son las 8 de la tarde) o "te dejo, que mi madre me acaba de preparar la merienda" (y eres huérfano). Calibra tus mentiras, porque un renuncio puede ser sinónimo de retirada de palabra. No es que no quieras seguir hablando, es que la vida sigue y el WhatsApp gestionado por una mujer charlatana es un vórtice que se puede tragar la vida de uno. Un huracán sin fondo. El triángulo de las Bermudas.

2. Que te ignoren y saberte ignorado. Tú pones algo picantón. Ella está offline. Miras la pantalla 10 veces cada minuto, y agua. Por fin,  al cabo de tres horas, aparece como conectada. Esperas que su estado mute a Escribiendo para que te devuelva algo más subido de tono aún, pero no será extraño que lo lea y lo deje para otro momento (la gente tiene vida). Con lo gratis que era contestarte. Por SMS las latencias se llevaban mejor porque no había acuse de recibo. Aquí una no respuesta voluntaria es como que te claven astillas debajo de las uñas. 

3. Infidelidad. No la recomendamos, pero sucede.

COCINA INTERIOR DÍA

Un iPhone abandonado a su suerte en la mesa mientras te duchas, sonando como una apisonadora en una ecuación que también incluye a tu novia curiosa y presta a leer quién insiste, puede ser una fuente de problemas.

A ti te ha pasado.

La tentación de fisgar es grande y el WhatsApp, que muestra sus mensajes recientes como máscara de bienvenida, indiscreto.

4. Horror social. Te citas con una joven para tomar la típica caña en la típica terraza de esas en las que te ponen patatas fritas típicas en un plato redondo, pequeño, blanco y normal. Hasta ahí todo es normal. Pero resulta que de repente ella tiene una amiga con problemas porque la ha dejado su novio o porque se le ha roto una uña o porque le han diagnosticado una enfermedad muy inofensiva pero muy rara. Y se lo cuentan por WhatsApp mientras tú ves la vida pasar. Chequeas tu correo, chequeas a las chicas que pasan, juegas al póker online e incluso ganas las series mundiales. Y ella dale que te pego, con la lengua fuera como intentando apretar un tornillo y tecleando realmente desfondada palabras de consuelo. Para lo que habrían podido arreglar con una hora de teléfono, se pasan tres mandándose mensajes. Y luego su caña está caliente. Y, obviamente, tú tienes la culpa.

5. Impericia desesperante. Y luego están las que te escriben despacio con el iPhone porque es un móvil de teclas pequeñas que no registra siempre bien las huellas dactilares, convirtiendo la experiencia de la gente con dedos de morcilla en un ensayo-error que desespera y que harta. Y eso casi nunca acaba en finales moderada (ni remota) mente felices.

Y por todo ello, recomiendo volver a los zapatófonos y al ábaco.

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